10 enero, 2012

Era bueno saber que ninguna de las dos se necesitaban pero pasar tanto tiempo juntas influía en cada una de sus decisiones.

Aquella tarde hacía frío. Las nubes grises que se veían desde la ventana se desplazaban con rápidez por el cielo, como si un gigante soplase, desde le norte, con fuerza.

Cuando tus ojos y los míos se cruzaron sentí tu paso firme acercándose a mí.

En mi horizonte, tu figura, cada vez más próxima, aumentaba de tamaño. Inalterable y segura, te colocaste frente a mí. Con tu imagen tan cerca alcancé a reconocerme por dentro y presencié el mayor espectáculo de toda mi vida: en cuestión de segundos, aquella pequeña semilla que gestaba en mi interior, creció. Primero las raíces bajaban de la parte baja de mi estómago y se iban extendiendo hacia la planta de mis pies. Cuando las raíces secundarias alcanzaron las puntas de mis dedos, el tallo inició su desarrollo vertical a una velocidad inexplicable y se extendió hacia la parte elevada de mi pecho. Las hojas trepaban por mi garganta mientras incrementaban su volumen. A la altura de mi boca se fundó el tálamo. Envueltos por los sépalos, nacieron los pétalos. Medraban con tonalidades dispares pero siempre manteniendo un orden rítmico y equilibrado.

En el punto central de tus ojos podía ver reflejada aquella armoniosa energía que crecía en mí y me llenaba de verde y de mil colores.

4 julio, 2011


Nicolasa podía percibir mejor los colores cuando apretaba fuerte sus párpados.

Aquella tarde estaba en su cuarto. La lluvia y el frío le impedían salir, así que decidió jugar a su juego preferido. Primero elige un lugar e imagina cada detalle. Luego cierra los ojos y cuenta hasta diez. En ese preciso instante, las imágenes inventadas cobran vida. Puede permanecer allí todo el tiempo que desee; minutos, horas e incluso días. La única regla es no abrir los ojos.

Fotografía: Mónica e Iria

Texto: Mónica e Iria

La mujer-mancha

24 abril, 2011

Le dio vida a una mancha de vino que se había derramado sobre sus sábanas. La convirtió en mujer. Alta, esbelta y despeinada. Lo cierto es que la mancha tenía forma femenina y ella la cuidó, la moldeó como más le gustaba. La movió por toda la habitación e incluso la metió en su cama.

Cada noche dormía abrazada a la mancha. El cuarto se llenaba de color y en silencio se besaban las dos mujeres como si todas las madrugadas se fuese a terminar el mundo. Era tal la energía del momento que las manos se le dormían y un cosquilleo hacía vibrar todas las paredes. La mancha- mujer era cariñosa y apasionada. Sus brazos eran tan largos que los abrazos se volvían eternos. Su cuerpo, moldeable, se hinchaba o desinchaba dependiendo de la necesidad de la otra.

Durante dos años las noches se transformaron en el único motivo de su existencia. Con impaciencia esperaba el momento de meterse en la cama y encontrar aquel caos pasional que a veces la paralizaba. Hasta que la mancha desapareció con el tiempo. Fue cambiando de color, se tornó grisácea y se desistengró. Ahí comenzó la perdición. Desesperada creaba mujeres y mujeres de otras salpicaduras diferentes pero la mancha-mujer original jamás aparecía. Involucrada en aquella búsqueda incesante no pudo percibir su presencia, aquella existencia que siempre estuvo allí, que nunca la dejó sola.

Cuando al fin dejó de llorar, sucedió. Sin saber cómo sintió que su estado primitivo se había modificado. La transformación fue cosa de segundos: su piel se disolvió extendiéndose por la moqueta azulada. Entonces la encontró.

La desconfianza_La nueva vida de un hombre muerto_Sin duda, me quedo con él– pág.93-

Mi abuela Lola

21 marzo, 2011

La hija de Lola se amoldó a  la incómoda butaca del hospital dispuesta a pasar la noche con su madre. 

Hace días que Lola está enferma, un problema de salud la tiene inmovilizada. No tiene fuerzas para hablar y, a veces, se aferra a la mano de su hija y la mira fijamente con sus ojos, y ella entiende que en aquella profundidad azul le suplica que la deje marchar, que ya llegó su hora. 

Rosa, la hija, está inquieta y no puede dormir. A intervalos de tiempo observa el pecho de su madre para comprobar que sigue respirando, luego se vuelve a hundir en la lectura banal de una revista del corazón mientras se mira por dentro y reflexiona. En realidad desea abrazarla pero su carácter frío se lo impide. Recuerda los besos que le daba de pequeña y añora el tacto de su mejilla, ahora agrietada con el tiempo. 

Son las dos de la madrugada y Rosa se levanta para estirar las piernas. La luz tenue de la habitación hace que el ambiente sea cálido y familiar. El pelo blanco de Lola parece reflejar la claridad de la luna. Inmóviles, las sombras de los objetos se sujetan a las paredes con fuerza, como si ya conocieran el áspero desenlace. Rosa, por décima vez, fija la mirada en el pecho de su madre. No respira, piensa. No respira. Espera unos segundos que se tornan eternos. Nada, no respira. Se acerca nerviosa al rostro de su madre, que ya se echó a dormir en el infinito. No puede ser, hace unos minutos respiraba. Grita llamando a la enfermera y se abraza a Lola con fuerza y encuentra su mejilla arrugada, y la besa. 

 

Microrrelatos publicados en la revista A Contrapalabra

Cuento de terror/ El cuadro/ El lector de mentes/ Y creó Dios el árbol de la muerte/ Tercera planta. Psiquiatría

Policias y ladrones

7 marzo, 2011

Publicación del microrrelato «Policías y ladrones» en la revista literaria En Sentido Figurado.

El zorro

4 marzo, 2011

Salió, un día, un zorro de su covacha a la salida del sol. Miró a su sombra y dijo: «Hoy almorzaré un camello.» Y se fue en busca de un camello hasta el mediodía, sin dar con su presa. Miró en aquel momento a su sombra y dijo para sí, asombrado: «Bueno, me bastará una rata.»

G.Jalil Gibrán

Última fase

1 marzo, 2011

Última fase

Relato publicado en la revista The Barcelona Review

The End

11 febrero, 2011

 

Foto por Iria L.

Foto por Iria L.

 

Y llegó el día en el que los hombres dejaron de tener nuevas ideas.

Pañuelos

10 febrero, 2011

 

Un fama es muy rico y tiene sirvienta. Este fama usa un pañuelo y lo tira al cesto de los papeles. Usa otro, y lo tira al cesto. Va tirando al cesto todos los pañuelos usados. Cuando se le acaban, compra otra caja. La sirvienta recoge los pañuelos y los guarda para ella. Como está muy sorprendida por la conducta del fama, un día no puede contenerse y le pregunta si verdaderamente los pañuelos son para tirar. -Gran idiota- dice el fama, no había que preguntar. Desde ahora lavarás mis pañuelos y yo ahorraré dinero.

Historias de Cronopios y de Famas . Julio Cortázar

A la de tres

1 febrero, 2011

 

  • Uno, dos, ¡tres!

Entonces nos lanzábamos al vacío. En realidad no se trataba de un vacío corriente pero yo nunca me sentí más libre.

Jose, que iba al volante, soltaba los frenos a la vez que gritaba: ¡tres! Y nos desprendíamos cuesta abajo. Yo iba detrás y en el medio, Gloria, sentada en el sillín. Notábamos el viento frío goleando nuestros rostros. El pelo volaba a su antojo mientras, aguantando la respiración, nos deslizábamos entre coches y autobuses. La adrenalina dominaba nuestros cuerpos y los ojos se nos salían del sitio. Semáforo. Farola. Coche rojo. Coche blanco. Mil colores nos sacudían lateralmente y todo se convertía en un arcoíris móvil.

Luego llegaba la curva. Y la rotonda. Jose apretaba suavemente los frenos y todos girábamos a la izquierda. Iglesia, parque, fuente. Plaza. Y todo volvía a su sitio. Cada músculo, cada sensación y cada uno de los objetos y lugares de nuestro alrededor se paraban de golpe con nosotros.

  • ¡Venga! ¡Otra vez!


Regreso al hogar

26 enero, 2011

Al regresar, atravieso el zaguán y miro en derredor. Es el viejo cortijo de mi padre. El charco en el medio. Entremezclados objetos viejos e inservibles cierran el paso hacia la escalera del grane¬ro. El gato acecha desde la baranda. Un trapo desgarrado, atado alguna vez a una barra, mientras alguien jugaba, se agita al viento. He llega¬do. ¿Quién me recibirá? ¿Quién espera tras de la puerta de la cocina? La chimenea humea, están preparando el café para la cena. ¿Sientes la intimidad, te encuentras como en tu casa? No lo sé, no estoy seguro. Es, la casa de mi padre pero todos están uno junto al otro, fríamente, como si estuviesen ocupados en sus asuntos, que en parte he olvidado y en parte no he conocido jamás. ¿De qué puedo servirles, qué soy pa¬ra ellos, aun siendo el hijo de mi padre, el hijo del viejo propietario ru¬ral? Y no me atrevo a llamar a la puerta de la cocina, y sólo escucho desde lejos, sólo desde lejos tenso sobre mis pies, pero de manera tal que no me puedan sorprender escuchando. Y porque escucho desde le¬jos no oigo nada, salvo una leve campanada de reloj, que quizá sólo creo oír, llegándome desde los días de la infancia. Lo que además ocu¬rre en la cocina es un secreto que los que allí están sentados me¬ocultan. Cuanto más se titubea ante la puerta, más extraño se siente uno. ¿Qué tal si ahora alguien la abriese y me hiciese una pregunta? ¿Acaso yo mismo no estaría entonces, como alguien que quiere ocultar su secreto?

Fran Kafka